Nos educan para ser productivos.
Para hacer cosas que nos lleven a obtener un resultado o alcanzar un objetivo.
A ser efectivos y eficientes.
Resolutivos.
Serios.
Hombres y mujeres ‘de bien’.
Cumplidores.
Responsables.
Organizados.
Programados.
Complacientes.
Agradables.
Para tener éxito y que nos admiren por nuestros logros (más económicos y profesionales que personales.)
En julio de 2017, cuando supe que la investigación que estaba haciendo en Cusco (Perú) no servía de nada, mandé este listado de adjetivos a la mierda y me fui de paquete en moto al balneario natural de Lares, en el corazón de los Andes.
No veas qué frío pasé en las 6 horas de camino.
Pero bañarme de noche con luna llena en el corazón de los Andes no tiene precio.
Estuve semanas sin escribir.
Y es que andaba demasiado ocupada disfrutando, dejándome sorprender y aprovechando el tiempo.
Y lo hice todo lo que supe y pude.
Que las cosas, si se hacen, se hacen bien.
Así que opté por disfrutar de las sorpresas que iban llamando a mi puerta.
Aventureando por ahí.
Una de las prioridades en mi vida es escoger al máximo a qué y a quién dedico mi tiempo.
Porque tener tiempo es cuestión de prioridades, que no te engañen con el ‘uy, es que no tengo tiempo’.
Tiempo atrás, un ligue que decía que me amaba (¿recuerdas el artículo ‘Te quiero, te amo, mi vida, mi amor y otras palabras del montón’? Pues eso) me dejó por teléfono con un ‘Es que no tengo tiempo’.
¡Jajajajaja!
Mentira cochiiiiiinaaaaa.
A nuestros treinta y pico, y aún con excusas de quinceañero.
Jujujuju…
Que sepas que cuando dices que no tienes tiempo de preparar ese viaje que tanto deseas, te estás autoengañando.
Y es más complicado encontrar tiempo para hacer aquello que tanto deseas pero que no es productivo porque, claro, ¿cómo vas a perder el tiempo si no tienes tiempo para perder el tiempo?
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