“Ya he sido mochilero, he viajado todo lo que quería viajar y he hecho todo lo que quería hacer, y ahora estoy listo para cerrar esa etapa de mi vida y empezar otra nueva.
Sin arrepentimientos ni tristezas.
No sé tú, pero yo pienso que a lo largo de la vida todos vamos evolucionando de manera natural.”
No, no son mis palabras. Son de Ángel Alegre, creador de Vivir al Máximo, un proyecto que nació “para recordarle al mundo que la vida es una gran aventura llena de posibilidades”.
Tengo a medias un post sobre China, pero estas palabras me salen tan espontáneas hoy que no he podido hacer otra cosa que posponerlo y darle espacio al artículo “Me he cansado de vivir viajando” , de Vivir al Máximo, porque me ha pellizcado el corazón.
Y me lo ha pellizcado bien. Pero bien, bien.
¿Por qué ese pellizco?
Porque es un artículo arriesgado, honesto y cercano pero, sobre todo, porque refleja uno de mis miedos: ¿qué ocurrirá cuando me canse de viajar sin pausa y de vivir en distintos lugares?
Tarde o temprano, puede que a mí también se me quiten las ganas de vivir por ahí y quiera volver a tener una rutina en un solo lugar.
Algunos días, me pregunto: “Y, luego, ¿qué?”
No soy lo que hago, pero uso (¿usamos?) lo que hago como carta de presentación, como escudo y etiqueta. Porque esto de viajar y vivir en lugares exóticos es atractivo, diferencial y “mola”. Pero lo que hago no soy yo, es sólo una de las caras de mi identidad.
Yo soy Anna, con o sin viajes, con o sin dinero, con o sin reconocimiento, con o sin lectores/as, viviendo en Sant Celoni, mi pueblo, o en Changsha, la ciudad china donde vivo ahora. Todo lo que vivo escribe mi historia y cada persona escribe la suya con lo que le va sucediendo, porque “cada individuo es único y distinto de todos los demás, porque ningún otro ha estado en los mismos contextos sociales ni ha sido socializado dentro de las mismas relaciones sociales, porque, en definitiva, no ha vivido las mismas interacciones sociales” (Ovejero, 2015)
Y esos mismos días, cuando me pongo densa, vuelvo a preguntarme, “Y, luego, ¿qué?”
Pues luego… otros proyectos, ideas y momentos vitales llegarán. Y serán auténticos y alimentados por una etapa preciosa de mi vida que me habrá aportado muchísimo y que, ahora mismo, estoy disfrutando y me hace feliz.
Me está aportando no sólo conocimientos (que también), sino sobre todo aprendizajes sobre mí (me he convertido en mi mejor amiga) y sobre las relaciones entre personas de distintas culturas, de lo diversos que somos y lo parecido que sentimos, en el Mediterráneo, en el Cusco, en Praga o en la China.
Y me gusta cómo Ángel expresa esta misma sensación:
“No sé tú, pero yo pienso que a lo largo de la vida todos vamos evolucionando de manera natural. En cada etapa hay que hacer lo que toca, lo que te pide el cuerpo, y creo que es importante no resistirse ni negarlo.”
También escribe sobre la dificultad de compatibilizar trabajo y placer en los viajes. Y es cierto. Lo viví hace dos semanas en Chiang Mai (Tailandia), viajando con Bryce, que trabaja muchas horas con su portátil. Esta vez la que quería vacaciones y disfrutar sin preocupaciones era yo… y compaginar ritmo ocio con ritmo currante cuando estás deseando descubrir nuevos lugares y culturas en el otro lado del mundo no es el plan ideal. Y, bueno, de nuevo referencia al artículo de Vivir al Máximo:
“Vivir viajando no es la panacea. Tiene sus pros y sus contras, como cualquier otra opción. Por eso, pienso que en primer lugar deberían plantearse si ese es el estilo de vida que les va a hacer felices, y sólo en ese caso ir a por ello.”
Viajo porque es lo que me hace feliz. Vivo en distintos lugares, sin prisa, uno a uno. Disfrutándolos, comprendiéndolos e intentando que sean cada vez más un poquito más míos y yo, más de ellos.
¿Qué te pellizca a ti el corazón?
Deseo que tu respuesta sea como el artículo de Ángel Alegre: arriesgada, honesta y cercana.